Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

martes, 26 de febrero de 2008

Carta de Holanda


Hace unos días he recibido carta de mi amiga holandesa Bien V. de la que desde hacía muchísimo tiempo no tenía noticias. A Bien la conocí hace ya más de diez años, como guía turística, con motivo de un viaje que hicimos cooperativistas manchegos por Francia, Bélgica y Holanda. Con posterioridad, y con motivo de al menos dos viajes más, volvió a ser nuestra cicerone.

Si te la encuentras en la calle frente a frente puedes imaginarte que es de cualquier otro sitio menos de Holanda. Pelo negro, ojos verdes, piel color aceituna, rasgos faciales indios… Nada que ver con el modelo de mujer holandesa con gorrito atado, falda de volantes, chalecos ajustados, trenzas, de las fotos de los molinos y de los quesos…

Me dice que al menos durante dos meses al año sigue haciendo viajes por todo el mundo acompañando a grupos. Últimamente ha estado en Estados Unidos, en Francia y en Fuerteventura. El resto del tiempo lo dedica a las mismas ocupaciones que siempre la han atraído: el arte, la pintura, la escultura, hacer muebles, los dibujos y los libros infantiles.

Me cuenta que ha trasladado su residencia al área de Groningen, al norte del país, donde en invierno debe hacer un frío del carajo. Antes cuando hablaba de ella contaba que vivía en una barcaza en un canal que se helaba en los meses crudos y en el que la gente patinaba. Ahora vive fuera de la ciudad, en una casa en el campo, donde tiene su taller, y que está muy contenta, porque diez minutos en bicicleta la separan del centro.

Cuando Marcos vio la postal que os acompaño y la carta, recordaba, que hace años pasó por casa, todavía teníamos el sauce en el patio y comimos paella y ensalada debajo de él, en un día caluroso de primavera avanzada del mes de mayo. Venía de Portugal, en un viejo camión de los años 60 que sonaba redondo, cargado de granito para sus esculturas. Las últimas que ha hecho son cuatro cabras –abstractas, según ella-, que están expuestas en las calles de Puerto del Rosario, la capital de la isla majorera.

A Bien la debo, y siempre se lo agradeceré, haberme enseñado un poquito de su país, la seductora Ámsterdam, la Venecia del norte, con sus canales, sus callejuelas, sus mercados, sus casas estrechas… Gracias.

viernes, 15 de febrero de 2008

De ranas, nata y mantequilla


Mi amiga Marga, la otra Marga -como ella se define-, la Marga cuenta cuentos, tirititera y farandulera, habitualmente me sigue en el blog desde su residencia paracuellense. Hace unos días me ha obsequiado con un bonito regalo, una recarga de ánimos y autoestima, y con un cuentecito que ha seleccionado para mí, y que promete contarme con la maestría que derrocha cuando se pone a ello. De momento –me dice-, me tendré que conformar con leerlo, pero sé que este verano, en una de esas noches calurosas y apacibles en las que quedamos a cenar, a hacernos unas risas, a compartir lo que tenemos, a contarnos avatares e historias, cae el cuento. Todo sea por convertir la nata en mantequilla.

Dice así: Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.Inmediatamente se dieron cuenta que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como de arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: - No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril.
Dicho esto, dejó de patear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco. La otra rana, más persistente o quizá más tozuda se dijo: - ¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora.
Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas. De pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y remover, la nata se convirtió en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.

Apostasía

No hace muchos meses la Audiencia Nacional, en una sentencia pionera, ha reconocido el derecho de un ciudadano a que la Iglesia Católica no conserve registros sobre él si decide apostatar.

El tribunal resolvía así una controversia entre un apóstata y el Arzobispado de Valencia, que se negaba a rectificar su Libro de Bautismo alegando que no se trata de un fichero de datos y que sus asientos no implican la pertenencia actual a la Iglesia Católica. La sentencia califica de "claramente insatisfactoria" la contestación que dio el Arzobispado a la petición "tanto desde la perspectiva del respeto a su derecho fundamental a la protección de datos de carácter personal", como al de libertad religiosa.

El registro en el Libro de Bautismo constituye "al menos una apariencia" de pertenecer a la Iglesia Católica, por lo que el tribunal encuentra legítima la "inquietud" del particular para que haya constancia de su oposición a formar parte de la misma.

El tribunal, amparándose en la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal, confirma que los registros bautismales están sujetos a la legislación sobre protección de datos, tienen la consideración de fichero por recoger datos de carácter personal e implican pertenencia a la Iglesia, y que esta, si "permanece impasible ante una petición de puesta al día de la información contenida en el registro", infringe el principio de calidad del dato, es decir su veracidad actual.

martes, 12 de febrero de 2008

Otra vez ha pasado


Os decía hace unos días que estaba contento, pues de momento, había acabado con las sesiones de quimioterapia y me encontraba bien. Pero la señora –la doctora muerte-, como la llamo, antes de despedirse me ha dejado un nuevo regalito en forma de eliminación total de defensas, que me ha llevado a la situación de piltrafa humana en la que estado durante tres días y a tener que volver a ingresar en el hospital.

Lo que inicialmente iba a ser un ingreso express se ha convertido en más de una semana con su fin incluido. El protocolo es el protocolo. Vuelvo a la famosa habitación de aislamiento inverso 347, con sus moscas petrificadas tras el cristal del halógeno, la misma telaraña colgandera y la música de mi ventana favorita, la ululante del Hospital Nuestra Señora del Prado. ¡Cómo tienes todo el tiempo del mundo, te vas fijando en esos detallitos!

Esta vez, el abatimiento, el cansancio, el decaimiento general… han sido mayores que en la ocasión anterior, pero no han venido acompañados de ninguna infección arrasadora como la que me dejó nariz de payaso, sólo algunas llagas en la lengua y en el cielo del paladar, que durante algunos días me han impedido masticar y he tenido que alimentarme con comida turmix, que no sabe como la otra, pero te trae recuerdos de las papillas de la infancia tuya y de tus hijos. En estos nimios detalles radica, por ejemplo, el inmenso valor de unas sencillas papas con huevos fritos.

Para combatir la neutropenia, aparte de las inyecciones, han empleado el sistema chuletón de Ávila, ¡oiga en su punto!, en forma de plaquetas y sangre.
Han tenido que aplicar triple suministro. El primero, íntegro, me han dicho, se fue directamente a sanear cuentas pendientes.

Quien me haya visto una semana antes a esta última crisis, dirá qué soy un exagerado, y como dice alguna juventud, que me pincho. Pues sí, me pincho sustancias que seguramente tienen sustituto natural con alcance probado, pero acalladas por los grandes intereses económicos de la muy poderosa industria multinacional farmacéutica. Inyecciones que por ahora me van sacando del pozo, aunque algunas, como las de generar defensas, son de efectos impredecibles. Te inyectas una, dos, tres, cuatro… seguidas, los niveles de neutrófilos no despegan. Póngase dos más, vuelves al recuento, ¡pero bueno si está por las nubes!. Eso –piensas-, quisiera yo, para poderle atizar bien al Episcopado desde arriba, desde los divinos cielos. Es inevitable que cuando se sube así de sopetón, la caída y batacazo posteriores, son sonoras. La contradicción existente entre la medicina natural y la farmacopea actual me trae a la memoria un proverbio chino que dice “que da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. Pues eso.