Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

martes, 24 de junio de 2008

sábado, 21 de junio de 2008

Bono contra los mayores


En el año 2003 el sempiterno expresidente de Castilla-La Mancha, y ahora Presidente del Congreso de los Diputados –Cortes como seguramente a él le gusta denominarlas-, editaba, se supone que costeado de su bolsillo o por el partido, un libro con texto propio y a todo color titulado “Bono con todos”. Este instrumento de agitación y propaganda electoral, repartido casa a casa, pretendía en pleno ruido electoral autonómico demostrar la cercanía del gran timonel populista con la ciudadanía y su profundo sentir hacia los problemas y expectativas de los castellanos-manchegos.

Así en papel, y también en imágenes repetidas hasta la saciedad en la alienante televisión autonómica, Bono aparecía “con todos”, entre otros: los pastores, los agricultores, las monjitas, los agentes medioambientales, los trabajadores sanitarios, las amas de casa, los que dejan la droga, los niños, la tercera edad, etc., etc. Todo un ejemplo de amabilidad, cercanía y simpatía en un animal político que ha procurado medir sus pasos, ávido de poder, algunas veces caprichoso, muy bien arropado, intransigente con sus contrincantes…, pero que tiene su larga carrera trufada de grandes patinazos, algunos cómicos e hilarantes, y otros más serios y “heroicos” como entregar medallas a cardenales defensores del franquismo o pasear fascistas por el paseo de la Castellana de Madrid.

El último que ha protagonizado hace unos días con motivo de una recepción en el Congreso de los Diputados a unos trescientos expresos republicanos y antifranquistas es triste y patético, impropio e indigno de un político de su supuesta ideología y posición. La condena tajante que hizo el Sr. Bono hacia uno de los presentes que exhibió la bandera tricolor y a los vítores a la República que ello propició ("Con la misma fuerza con la que estoy defendiendo lo que pienso, en esta casa son invitados del Congreso de los Diputados y de la legalidad, y la legalidad es la que marca la Constitución y no otra, y por tanto no puedo aceptar manifestaciones que no son legales en este momento"), es una incongruencia, una falta de respeto a la legalidad y un absoluto desprecio a los expresos y familiares allí invitados precisamente por su historia de lucha, dolor y sufrimiento, por defender la legalidad republicana y las libertades democráticas.

El Sr. Bono debería saber que exhibir la enseña republicana no es delito, y que además, la libertad ideológica y de expresión están amparadas por la Constitución, existiendo también una sentencia de la Sección Novena de la Sala de Lo Contencioso Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, de fecha 15 de diciembre de 2003, que desestima una resolución del Ayuntamiento de Torrelodones (Madrid), que ordenó retirar la enseña tricolor de un chiringuito montado durante las fiestas patronales de julio de 2002.
El tribunal estimó que la citada resolución municipal fue "contraria al ordenamiento jurídico, en cuanto vulnera los derechos fundamentales previstos en los artículos 16.1 y 20.1,a de la Constitución Española".

Si el viejo profesor Tierno Galván levantara la cabeza no le quedaría seguramente otra opción que echar pestes y avergonzarse del comportamiento de su entonces aventajado discípulo.

martes, 17 de junio de 2008

Viejos dinosaurios

En el mes de mayo y coincidiendo con el ingreso he tenido la desgracia de conocer a dos de ellos: Esteve Alderete y Vázquez, alguno de los cuales está considerado, sorprendentemente, como verdadera eminencia.
A ellos les acuso, entre otras cosas, del trato mal educado y descortés recibido, de que me hayan ignorado como persona…
Mi desprecio más absoluto a este tipo de personajes, que además y de forma impune, se permiten la osadía de negar la asistencia médica a un paciente porque llega de otro servicio con un diagnostico que ellos estiman es de su exclusiva incumbencia. Me consta que fueron varias las solicitudes interconsulta cursadas por medicina interna y la intervención de gerencia, para que accedieran a citarme en el mes de julio próximo.

Al primero de ellos, el tal Esteve, le pusimos el mote de butanero repartidor, con todos los respetos hacia los trabajadores que distribuyen gas embotellado y que no tienen culpa de nada en esta triste historia.
Tras la salida de la UCI y estancia durante unos días en planta de medicina interna, se valoró la conveniencia de que pasara a la planta de cardiología, donde se me podría tener monitorizado y mejor controlado, cosa que así se hizo.

En la segunda mañana de ingreso en cardiología, a primera hora de la mañana, se presenta en la habitación un tipo desaliñado, mal encarado, sin bata y que blandiendo una especie de dossier, pregunta a voces a los dos pacientes y acompañantes que allí nos encontramos, qué quien es el enfermo de hematología. Algo desconcertado, contesto que soy yo. Entonces dirigiéndose a mí me pregunta qué hago en esa planta, qué quien me ha mandado a ella y por qué sugiere en su informe la implantación de un DIP –una especie de mecanismo para evitar las arritmias-. Ni yo ni Marga podemos dar crédito a lo que está sucediendo.

Un médico está pidiendo explicaciones a un paciente de cuestiones que este no tiene porque saber y mucho menos explicar. Marga un poco mosqueada le pregunta que quien es él, ya que en ningún momento se ha presentado. Saliéndole del alma, en un arrebato de altanería contesta, que el es el que reparte los aparatos, y con la misma se da media vuelta y se larga. Marga le sigue al pasillo y le pide una explicación de lo sucedido, a lo que contesta que lo siente mucho, pero el no tiene la culpa de que yo padezca un linfoma, que procedo de otro servicio con un diagnóstico ya cerrado y que el no tiene ninguna intención de seguir mi caso como así ocurre en días posteriores. Son los médicos internistas que me han seguido desde la salida de la UCI los que me atienden.

En esa misma mañana hablamos con todos los médicos conocidos que me han tratado en los diferentes servicios por los que he pasado, les contamos el desagradable incidente vivido, encontrando amparo en su actitud de escucha y explicaciones, que revelan que con este médico llueve sobre mojado, que hemos hecho bien en no callarnos y que gerencia, como así parece ser, intervendría en el asunto.

Al segundo de ellos, apellidado Vázquez y para mas inri, Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital, le tengo que agradecer que durante los dos ecocardiogramas que me hizo en la UCI, ni me haya mirado a la cara, ni una palabra, ni un saludo ni despedida, nada de nada, yo para el no existía, era un fardo tirado en una cama.

Con esta última traca termino las entregas de estos días sobre la crisis de salud padecida, que dedico especialmente a los susodichos cardiólogos, que lamentablemente todavía ejercen en el sistema público de salud, que se creen dioses, una casta superior, y que en realidad son un desprestigio y una vergüenza para toda la clase médica y trabajadores hospitalarios.

Dudas e incertidumbres


A estas alturas de la película, y después de haber depositado, a pesar de los pesares, plena confianza en la medicina y sus profesionales, me surgen dudas que nadie me ayuda a solucionar.

Resulta que tras el diagnóstico inicial de las dos enfermedades, los médicos no se ponían de acuerdo sobre la conveniencia o no de iniciar el tratamiento de ambas patologías a la vez debido a su agresividad. Finalmente decidieron hacerlo, supongo que tras haber analizado los pros y contras, y consultarlo con otros centros. Así, en teoría, debería funcionar a mí entender el asunto, pero no lo sé. Si me trasmitieron las dudas iniciales que tenían, lo lógico hubiera sido también haber recibido una explicación del porqué de la decisión final y de los supuestos riesgos que entrañaba, como finalmente se ha demostrado ¿llegaron a evaluarlos?.

¿Habría ocurrido todo de igual manera si los médicos que ahora me atienden hubieran sido los mismos facultativos que prescribieron los tratamientos iniciales?. Creo que no. Aunque todo esté escrito, registrado y sustentado en pruebas contenidas en un expediente médico, la atención y seguimiento recibido se rompe y desaparece cuando su responsable se va y viene otro nuevo, por lo general, con distinto bagaje experimental. Haber pasado por la tutela, en poco más de siete meses, de cuatro hematólogos distintos y sin relación entre ellos me ha perjudicado.

Los episodios continuos padecidos de pérdida de defensas, durante la aplicación de las sesiones de quimio y su tratamiento mediante movilizadores de células madre ¿Podrían haberse producido de diferente forma y a distinta intensidad?
¿Se estimó el tremendo sobreesfuerzo y desgaste al que es sometido el organismo de forma continuada con la administración de fármacos generadores de neutrófilos?. Tengo serias dudas de que se haya hecho.

El primer ciclo y sesiones de quimio acabaron a finales del mes de enero. El control intermedio efectuado sobre la eficacia del tratamiento así como el final fueron alentadores, la enfermedad ha remitido y no quedan indicadores residuales. El linfoma está prácticamente curado aunque habrá que seguir con sesiones de recuerdo. Dos meses y medio después se presentan los primeros síntomas de lo que luego será la crisis cardiaca padecida. Tras pruebas y pruebas realizadas en los quince días anteriores al desenlace, nadie encuentra explicación. Bueno sí, estoy algo perturbado mentalmente.

En las numerosas pruebas previas que me hicieron deben existir parámetros, indicios y hasta evidencias que fueron pasadas por alto. La cardiopatía crónica o tardía está descrita en los libros de medicina y estudiada desde el año 1967. Es la de mayor importancia en cuanto a toxicidad en pacientes tratados con quimio, afectando a un 2% de los casos, y depende de la dosis acumulada de antraciclinas, siendo irreversible, caracterizándose por una pérdida progresiva de la función cardiaca, asfixia creciente hasta en situación de reposo y otros síntomas. Se afirma que la mejor manera de determinar el funcionamiento del corazón a efectos de recibir y de controlar el tratamiento es realizar una FEVI (fracción de eyección de ventrículo izquierdo). ¿Por qué no se me hizo esa prueba a mí?. Ahora me queda entrar en ese porcentaje importante de enfermos que mejora con la administración de medicación a base de digoxina y vasodilatadores, y reposo, mucho reposo y tranquilidad.

Ya no quiero seguirme haciendo más preguntas, que ante la falta de respuesta, amplían las incertidumbres y temores. Espero que con el paso de los meses recupere parte de las funciones del maltrecho corazón, las fuerzas que ahora me faltan, gane una batalla más y esté preparado para la siguiente. ¿O ya con esta se acabarán todas?


domingo, 8 de junio de 2008

El box nº 7

Las Unidades de Cuidados Intensivos hospitalarias son algo así como las fuerzas de choque, de élite e intervención rápida de los ejércitos, y en teoría, están integradas por los mejores y más capacitados profesionales, en este caso, de la práctica médica.

A ellas llegan los enfermos que presentan cuadros de enfermedad críticos: infartados, accidentados, terminales o con graves patologías que afectan a diferentes órganos vitales del cuerpo… Debido a estas particularidades son unidades de estancia corta o media.

Mi ingreso en la UCI y la estancia durante once días fue mi salvación y la vuelta a una vida que en días anteriores se había ido apagando lentamente. Lo experimenté como el retorno a la vida, aunque sólo al final tuve consciencia de la gravedad del asunto y de la dolencia que padecía. Hasta entonces el marrón se lo habían comido mi familia, los amigos y compañeros que durante esos días conocían la dimensión de la cardiopatía y habían estado pendientes de la evolución del caso.

La UCI del hospital de Talavera de la Reina creo que es de planta cuadrangular, con un control en el centro, boxes y salas de aislamiento ubicadas a su alrededor. Me colocaron en el box número siete, justo enfrente del control y un gran reloj, que fue mi salvación y me permitió llevar el control horario, aunque en los momentos de desorientación que tuve, me mosqueaba porque el minutero no avanzaba con la celeridad de un segundero inexistente. Del exterior ninguna referencia a si hacía sol o estaba nublado y llovía.

La estancia frente al control me permitió estar pendiente de los cambios de turno del personal sanitario, y parcialmente conocer, aunque hubiera preferido no oír nada, del estado y evolución de los pacientes más cercanos. A mi derecha una mujer mayor en estado de coma, a mi izquierda un anciano con la tráquea abierta y entubado. No hubiera querido saber nada tampoco del joven rumano que ingresó con una infección desconocida de la que tardaron días en saber su origen, que finalmente también conocí y prefiero no contar por desagradable.

Según pasaban los días preguntaba cuanto me quedaba de estancia, ya no quería estar más en un sitio así, dicen que el de mayor concentración de virus y bacterias por metro cúbico de aire. Pero aún así tengo que reconocer que el personal de estas unidades, desde los médicos hasta el último mono de la jerarquía sanitaria, está hecho de otra pasta, aunque existen excepciones en todos los sitios: el incompetente de nacimiento, el que se escaquea continuamente, el viejo dinosaurio que trata a los pacientes como objetos, pero en su consulta privada y al módico precio de ciento veinte euros los atiende con una delicadeza exquisita. El resto, que son mayoría afortunadamente, son gente joven y veterana, con experiencia, con una predisposición al servicio al paciente y empatía encomiables, simpáticos, cariñosos…

Hace meses echaba pestes y así lo denuncié del sistema sanitario existente, que creo da igual cómo se llame dependiendo de su gestión regional. Hoy no me queda más remedio que romper una lanza a favor de los profesionales de la UCI del hospital de Talavera, aunque en una próxima entrega me referiré al desagradable incidente que me tocó vivir, ya en planta, con un viejo dinosaurio de los que me refería anteriormente.

sábado, 7 de junio de 2008

Gracias, mil gracias


Tras conocerse mí ingreso con una crisis cardiaca derivada de la toxicidad de la quimio, primero Marga y mis hijos, y yo después, cuando ya estaba visible, hemos recibido multitud de muestras de apoyo, respaldo, ánimo, ayuda y solidaridad por parte de la familia, los amigos, los compañeros, los vecinos y los conocidos. Creo que han sido ejemplos de adhesión sinceros, de los de verdad, no de los que se hacen por guardar las apariencias y las formas.

Yo nunca he sido proclive a este tipo de manifestaciones, que por lo general, y en el ámbito personal, han supuesto no acudir a hospitales, entierros, a visitar a enfermos, etc., por lo que siempre me han considerado como un bicho raro, descortés y maleducado. El último episodio de salud padecido me ha enseñado la importancia que tiene para un enfermo y su familia sentirse, en esos momentos delicados, arropados por la gente de tu alrededor, lo que supone una corriente de refuerzo y protección inestimable.

Quiero daros las gracias a todos los que desde el primer momento nos habéis llamado, enviado mensajes y visitado en el hospital; a los que me cogisteis la mano cuando estaba enchufado; gracias por los besos, abrazos, caricias que me regalasteis; a los ruidosos; a los que me habéis hecho reír con chascarrillos y majaderías; a los que me han obsequiado con libros y otros regalos… Gracias.

Quiero dar las gracias a los que sin hacerse presentes ni manifestarse, sé que han estado pendientes de mi estado y evolución, y desde su silencio, también me han deseado lo mejor.

A todos, próximos y lejanos, gracias, mil gracias, ya que vuestro apoyo nos ha ayudado a salir del agujero.

viernes, 6 de junio de 2008

Negro abril

Hace dos días regresé a casa después de más de un mes de hospitalización. Vuelvo con los míos: ¡Qué felicidad¡ Con el pulso tembloroso aún escribo sobre los acontecimientos acaecidos en el último mes y medio. La segunda quincena del mes de abril la recordaré siempre como los peores días de mi vida, días que no quisiera volver a vivir.

Sin saber muy bien cómo ni porqué mi estado de saludo empezó a deteriorarse. Día a día me sentía cada vez más cansado y agotado, sin fuerzas, me costaba respirar, sentía ahogos hasta tal punto que me atemorizaba dormir por temor a no respirar…

En esas dos semanas fatídicas acudí en numerosas ocasiones al hospital. Me hicieron pruebas, analíticas…, todo estaba correcto, así que plantearon que mi estado podría estar causado por algún trastorno mental derivado del impacto de la quimio. Fui al psiquiatra que tras escucharme descartó que ese fuera el origen del problema. Mi estado de salud seguía empeorando. Mis seres queridos próximos pudieron comprobar en vivo y en directo que empezaba a ser otra persona, irascible, siempre acostada y que rehuía la compañía, que se empezaba a desfigurar inflándose como un botijo.

Finalmente para mi fortuna, porque hoy lo puedo contar, quedé ingresado en hematología el día 3 de mayo, y de ahí, de cabeza, debido al cuadro que presentaba, a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Muchas de las cosas ocurridas esos días, desde el ingreso en planta hasta la UCI, se han borrado de mi memoria, y poco a poco, según me las recuerdan las voy recuperando con pesar porque lo que salía por mi boca y mis actos, demuestran que había tirado la toalla.

El ingreso en la UCI fue un bofetón de vida. Recuerdo estar rodeado de mucha gente que no dejaba de hablarme y darme ánimos, de un fuerte pinchazo en la parte superior izquierda del pecho para instalar un catéter al corazón, y en pocos minutos, una sensación de alivio y sosiego. En dos días oriné diez litros que tenía retenidos en el organismo. El corazón, que siguió funcionando, a pesar de detectar el fallo renal, ya estaba dañado de forma irremediable, como consecuencia del sobreesfuerzo.

Durante buena parte de los once días de estancia en la unidad estuve conectado por cables y artilugios, a todo tipo de maquinaria que controlaba mis constantes vitales. Poco a poco me fueron informando de mi estado y de la lesión de corazón sufrida. Supe el diagnóstico: cardiopatía dilatadora asociada a un derrame pericárdico. Que el ventrículo izquierdo, encargado de bombear sangre, estaba seriamente dañado y mermado en más de un ochenta por ciento en su capacidad funcional, y que en lo sucesivo, mis hábitos de vida, ocupaciones y demás menesteres deberán sufrir un cambio radical.

Durante los ocho meses anteriores tuve que amoldarme al cambio de vida que supuso el tratamiento contra el linfoma y la hepatitis. Ahora nuevamente toca cambio, nuevo campo de batalla y renovada lucha. Tiene que ser así porque quiero seguir viviendo.