Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

miércoles, 2 de abril de 2008

Árbol del Amor




Hace más de quince años cuando nos mudamos a la nueva casa, sembré en el jardín tres árboles y otros tantos plantones de parra virgen trepadora. En el centro del cuadrado de tierra un sauce llorón; en una de las esquinas, un árbol del amor también llamado de Judas y, en otra, una mimosa. Quería sombra rápida con el sauce y colorido con las otras especies que son de floración muy llamativa en rosa y amarillo.

Cuando planté el sauce a raíz desnuda era un fino palo del grosor de un puro habano y dos metros de altura. En cinco, seis años, creció espectacularmente a lo alto y a lo ancho. La copa sobresalía el tejado de la casa y desde la calle, a cierta distancia, se divisaba. Se hizo dueño y señor del jardín con sus ramas colgantes. Hubo que talarlo ya que en los días de aire, las ramas eran un peligro para el tejado, las ventanas… Tuvimos que cavar la peana para sacarla. La raíz central, a casi un metro de profundidad, seguía bajando y la dejamos por imposible. Desarrolló un sistema circular somero de raíces que se extendía por todo el terrero y buscaba salida en el desagüe del patio. Sembrar un árbol de ribera y ávido en humedad en un jardín fue un despropósito.

La mimosa tuvo un crecimiento más lento pero también vigoroso. Al menos dos años disfrutamos de la fragancia y colorido de su floración amarilla al final del invierno, de sus pequeñas y delicadas hojas… La poca distancia existente entre el árbol, dos paredes y sus cimientos, el exceso de humedad, impidieron un adecuado desarrollo radicular y debilitaron el tronco. Una mañana, tras una noche de rachas de fuerte viento, apareció tronchado. Los tensores que le sujetaban no sirvieron de nada. Segundo fracaso arbóreo.

La tercera desilusión temporal fue la del árbol del amor (Cercis siliquastrum). Lo sembré en un lugar con exceso de humedad. Prosperó a duras penas durante unos años en los que floreció y dio abundantes semillas en vainas colgantes, pero a pesar del arreón inicial se fue apagando y finalmente murió.

Desde hace años todos los restos vegetales del jardín y algunos orgánicos domésticos los compostamos amontonándolos toscamente. Las primeras parvas de compost así obtenidas, procedían de la siega del césped, muchas hojas, restos de poda de los árboles y enredadera, se repartieron y mezclaron con la tierra de los parterres laterales que mejoraron notablemente su fertilidad y estructura. En la primavera siguiente a esta primera operación de abonado, y en posteriores, germinaron multitud de semillas de Cercis, dando lugar a pequeñas plantas, cuatro de las cuáles son hoy ya árboles adultos de troncos rebeldes, irregulares y retorcidos, pero que con su abundante follaje de grandes hojas verdes acorazonadas, casi circulares, proporcionan una impagable sombra en los rigurosos meses veraniegos en los que se alcanzan temperaturas, muchos días exageradas y asfixiantes.

Finalizo el relato de hoy con la curiosa anécdota de que millones de árboles son plantados accidentalmente por ardillas que enterrándolas, esconden bayas y frutos secos.