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Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

domingo, 6 de septiembre de 2009

Quien siembra tormentas, recoge tempestades

Playa de Area Maior

Cuando llegas de visita y excursión a un lugar habitualmente te preocupas por la historia de él, su riqueza patrimonial, sus costumbres, la evolución reciente… Intentas pulsar el latir actual, los problemas, cómo responde la gente, etc. Eso, más o menos, es lo que intenté hacer en el siguiente destino vacacional de hace unas semanas: Malpica de Bergantiños en A Coruña.

Poco sabía de él con anterioridad: Enclavado en la llamada Costa de la Muerte, llamada así por los frecuentes naufragios y la peligrosidad de la navegación; una de las zonas más afectadas por los vertidos del petrolero griego Prestige en el año 2002; población marinera, bravura de la mar…, y poco más.

Nada más llegar te llevas el chasco, esperabas otra cosa y lo que ves no te gusta. Sucede en ocasiones, pero como ya estás en el lugar, no te queda más remedio que repintar el escenario, y eso más o menos es lo que voy a hacer ahora y encontrarle la guinda.

Bueno, pues resulta que la Malpica gallega es un concello formado por ocho parroquias y unos 6.000 habitantes. Está enclavada en una franja agreste del litoral cantábrico donde hay unas pequeñas islas llamadas Sisargas con colonias de gaviotas endémicas. Su clima atlántico es suave, copiosas precipitaciones y es una zona hollada desde antiguo por civilizaciones que han ido dejando su huella: Dolmen de Pedra Alta, castros celtas, tramos de una vía romana, iglesia de Santiago de Mens (s. XII), contándose que fue una zona frecuentemente atacada por normandos.
Ya en la Edad Moderna se habla de su importante puerto ballenero impulsado por cántabros y vascos, y que la producción alfarera de Buño tuvo cierto relieve; y en época reciente, de la fuerte emigración tras la Guerra Civil a Suiza y Chimbote (Perú). De un cierto crecimiento hasta los años 70 del siglo XX, de su posterior declive. En la actualidad es un puerto y lonja de bajura relevante en sardina, congrio, merluza, etc.; y destino turístico interior estival, principalmente de gallegos y castellanos.

¿Pero qué queda de todo esto? Nada o casi nada, todo o casi todo ha sido barrido por una corriente urbano-paisajística y de descontrol urbanístico que ha acabado con la arquitectura tradicional del pueblo, propio también de otras zonas urbanas y rurales de Galicia y que ha sido acuñado con el ambiguo término de feísmo. Ahora tenemos bloques de edificios, muchos deshabitados, de cinco o seis alturas, sin ascensor, de distintos acabados, calles descuidadas, desorden, falta de señalización…

Pernoctamos en el pueblo en un hotel familiar de reciente construcción. Cuidado y con detalles, aunque falto de chispa y remate, la misma que le falta al recepcionista que nos atiende de mala gana. Antes hemos reanimado el cuerpo y el espíritu con un buen tazón de pote gallego. El día siguiente despierta con un lánguido desayuno y con lluvia, que nos acompañará durante buena parte de la mañana. Nos vamos, pero seguramente volveremos, aunque sólo sea para contemplar una de las famosas galernas cantábricas y por aquello de “quien siembra tormentas, recoge tempestades”, que es lo que estoy buscando al escribir estas líneas. También por confirmar lo de la “r” de los meses del calendario, idóneos para el consumo de marisco, y para averiguar las motivaciones que llevaron a las gentes del lugar a emigrar hace años a la ciudad peruana del Pacífico, que ahora es misterio que nadie sabe explicar.