Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

viernes, 12 de agosto de 2011

Nostalgia

La Laguna, Plaza de los Bolos

Hoy hace un día radiante en La Laguna, el Sol brilla y los variados coloridos resaltan sobre las distintas tonalidades verdes del paisaje. Me he bañado en Bajamar. El agua está del diez, templada y muy agradable. No hay apenas gente. La marea está subiendo y como siempre, las olas bravas rompen violentamente sobre las piscinas, repartiendo millones de gotas de agua y espuma por doquier.

Todo parece en su sitio o aparenta parecer estarlo, aunque la procesión va por dentro. Nosotros tenemos la razón y ustedes la fuerza, argumento tremendamente refutable, ya que la asamblea fue disuelta por las fuerzas del orden a palos. Ahí se acabó la historia.

Aparco en la recova, compro unas papas bonitas para arrugadas acompañar a un guiso de tollos. Hago el antiguo recorrido desde el instituto a mi casa del Barrionuevo. Hago un esfuerzo por fijarme en los rostros de la gente de ahora -yo ya soy de antes-, por si encuentro una mueca de complicidad, un gesto de simpatía… En Tegueste las campanas tocan a muerto.

El teléfono no suena, lleva unos días que me deja en paz. Es posible que las gentes que entran o salen de casas conocidas, tengan que ver familiarmente con sus antiguos moradores. A mi espalda, a lo lejos, suena el zumbido de un avión bimotor, preparado para despegar, a la misma hora que mañana otro me llevará a Lanzarote.

En este parque donde ahora estoy sentado, con bonitas palmeras canarias, esbeltos dragos, un templete para la música, antes había un descampado polvoriento, donde los pibes nos canteábamos en las guerrillas entre barrios, jugábamos al futbol o quemábamos neumáticos. Ahora pertenece al campus universitario. Los jardineros que lo mantienen llevan ya un buen rato sentados a la sombra de una palmera.

Recorro las remozadas calles de La Laguna, nostálgico, recordando los días de lluvia, en los que una simple astilla de madera flotando sobre las aguas recogidas en los bordes de las aceras, nos permitían hacer competiciones para llegar a metas imaginarias. Hoy los pibes, universitarios precoces, llevan teléfonos desde donde mandan y reciben sms, escuchan música o simplemente juegan.

¿Ha cambiado todo tanto o esto que vivimos es una película ya narrada, un espejismo, los estertores de unos tiempos que tocan a su fin? Necesitamos un cataclismo que barra el oprobio y la inmundicia que nos rodea. No estoy seguro pero quiero que algo suceda, aunque ya me quedan pocas ganas, solo de sentirme bien conmigo mismo y los demás. Por algo se empieza.