Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

viernes, 14 de diciembre de 2012

Caí y me levanté

Laura López Bonilla, nadadora de aguas abiertas.

Desde la nada vuelvo a empezar,
Vuelvo a caer, no en el vacío como la primera vez.
Llevo la mochila cargada de experiencia y trucos para hacer más resistible el viaje.
Conozco algunos recovecos y meandros del camino
No he empezado todavía y ya quiero exhausto saborear las mieles del éxito
Que la suerte me acompañe! La necesitaré a raudales
No sé cuánto tiempo precisaré y si transcurrido será suficiente
Es lo mismo
Volverán los días a la sordina, al frío que taladra los huesos,
Al hielo que recorre y quema las venas, a las madrugadas destempladas,
A los espasmos y tiritones de muerte, a las nauseas e inapetencia,
Al abatimiento y al miedo mal compañero y polizonte de viaje
Por el rabillo del ojo veré el cimbreo de la rama de laurel que se agita
Con los vientos y corrientes de los días cambiantes, 
El tramado nido de jilguero habitado por una cabecita,
Que aguanta las acometidas salvajes de los aires variables.
Y cuando todo se vuelva quieto, oiré el piar de las crías reclamado pitanza
Escucharé otras historias y nuevos paisajes vendrán a mis dilatadas pupilas,
Alojadas en cuencas doloridas, pero seguiré estando ahí,
Percibiendo en el silencio de la estancia cualquier ruido y sonido,
Imaginando, sintiendo que todo bulle alrededor, que sigo vivo y
Voy ganando y así será hasta el final

miércoles, 3 de octubre de 2012

La bien pagá



Garisenda y Asinelli, las dos torres de Bolonia


El comandante del Boeing 737-800 informa que volamos a 11.300 metros de altura. Que desde la salida de Bolonia hemos viajado en la diagonal de Parma, Torino, Marsella y Barcelona. Ahora comienza el descenso sobre Madrid, donde llueve y hay 16º C, y llegaremos en aproximadamente treinta minutos. Llueve por fin, han llegado las primeras lluvias con el inicio del otoño. Las necesitábamos para suavizar la sequedad existente, y deberán continuar para recargar una Naturaleza extremadamente castigada en los últimos meses en los que no ha habido precipitaciones. Luego en tierra, la radio informa del desastre ese día en algunos puntos del Levante por la gota fría, las muertes habidas y los daños causados.
Vuelvo de un viaje de dos días a Cesena y Bolonia, en el norte de Italia, del lado del mar Adriático. Uno de esos viajes que no sé aprovechar, ya que siempre los hago ajustados al calendario de trabajo o reuniones a las que acudo, y que si me los montara bien, podrían también servir para disfrutar y hacer algo de turismo. En este último año ya me ha pasado en dos ocasiones con motivo de otro viaje a Italia y otro a Francia. No aprendo.
Bolonia es la capital de la región de la Emilia-Romaña, ciudad antiquísima con el segundo casco medieval más antiguo de Europa después del de Venecia. Su Universidad fundada en el año 1088 es la más antigua de Occidente. Además ha sido cuna de un importante movimiento obrero, jugando también sus partisanos un notable papel en la lucha contra el fascismo durante la II Guerra Mundial. Primer nudo italiano de comunicaciones por carretera y ferrocarril, cuya estación es la primera de Europa por tránsito de pasajeros, y tristemente famosa por el atentado neofascista ocurrido el 2 de agosto de 1980 en el que murieron y resultaron heridas muchas personas.
Me viene a la memoria el comentario de hace unos días en el que alguien decía que el adjetivo bolo con el que se llama a los de Toledo procede de Bolonia, situando el origen del término en el siglo XIV, época en la que el arzobispo de Toledo Gil Álvarez de Albornoz fundó el Real Colegio Mayor de San Clemente de los Españoles en la ciudad italiana. Parece ser que fueron muchos los toledanos que cursaron allí sus estudios. A la vuelta, licenciados de Bolonia, se les empezó a llamar bolos. No está demostrada esta versión, como tampoco ninguna de las otras que circulan, como la abjuración pública del arrianismo del rey Recaredo (“Ego volo” = “sí, quiero”), y así abrazar la religión católica. Ni tampoco las de las bolas de acero de las fundiciones vascas de las que se surtía la industria armera de Toledo, que eran denominadas “bolos”. O su procedencia de los cantos rodados del río Tajo…
Los italianos con los que he podido tratar estos días son gentes afables, amigables, abiertas y dispuestas a ayudar y explicar las cosas. Es una pena que el país tenga ahora de primer ministro a una persona como Monti, que dice estar dispuesto a continuar en la labor de reformas e implantación de medidas de austeridad para las que se le designó, pero siempre y cuando no tenga que pasar por las urnas. Esto es inconcebible en una democracia.
Un caso similar de erosión del sistema democrático nos está empezando a pasar en Castilla-La Mancha, con la señora (de) Cospedal, la bien pagá, que sigue cobrando tres sueldos: como secretaria general de su partido, diputada y presidenta regional. Y ahora se atreve, en un alarde de cinismo y populismo barato, a proclamar la eliminación de los sueldos de los diputados regionales y su reducción en número a la mitad. Que puedo decir de una persona que hace unos días comparaba la manifestación del 25-S con el golpe militar de Tejero y se quedaba tan pancha. Eso sí, se rodea de asesores nombrados a dedo, que duplican en un ejercicio el gasto en este concepto de los presupuestos regionales.
La señora de la peineta quiere alejar del pueblo la política y las decisiones que afectan a su presente y futuro, para dejarlas en manos de los patronos y pudientes. Con este sistema ¿quién podrá ser diputado o diputada? La respuesta, los más ricos, profesionales de la élite económica que se lo puedan permitir, sean útiles a determinados intereses a los que servirán, y solo si son de alguno de los grandes partidos, para el resto de la gente, la gran mayoría, ¡dejármelo a mí, que ya me ocupo yo! Todo atado y bien atado, como en tiempos del dictador. 


domingo, 2 de septiembre de 2012

¡ No me hagas reír !





La expresión se convirtió en algo habitual en su comunicación oral acompañando a cualquier contestación, enunciado, razonamiento, reflexión… que formulara con motivo de su relación con los demás. Todo le hacía apuntar la expresión: las cosas más insulsas y anodinas, los sentimientos de los demás, algún suceso o acontecimiento del momento, la actualidad política y económica, el trabajo, las vacaciones y diversiones… hasta con las cosas que daban risa, como un chiste, una jocosidad, una historieta con gracejo, con las que se desternillaba de la risa, el muy imbécil, al final, siempre decía: “No me hagas reír”. Ja¡¡
Él antes no era así, fue de buenas a primeras, y sin saber nadie el motivo, que se convirtió a esa especie de penitencia del hazme no reír, que al principio llamaba la atención por su severidad y constancia, luego por la locura que entrañaba, “este tío está más p’allá que p´acá” –pensaban algunos que le conocían de nuevas-, y acababa resultando cargante y hasta insoportable, motivo por el cual otros le huían evitando la relación.
Yo le seguí sufriendo, nunca le pregunté por los motivos del cambio que sobrellevaba, y él siendo consciente de ello, creo, se aprovechaba, y actuaba conmigo de forma más recalcitrante, para castigarme por ello, aún a sabiendas de que cada vez le quedaba menos gente alrededor que soportara esa infame forma de ser.
Así fueron pasando los días y las semanas, otras personas de otros ámbitos y ambientes que le conocían, y con las cuáles había existido una relación de confianza, de afecto, de colegueo, familiar, que se iba perdiendo, también coincidían en comentar el absurdo en el que se había convertido el sujeto.
Hazme no reír cada vez estaba más sólo y rechazado, perdió su ocupación, su mujer le dejó, los amigos le fueron dando la espalda hasta que no quedó ni uno. En el gesto de los tuvimos que seguirlo tratando, cada vez que se presentaba la ocasión, se dibujaba una mueca de tolerancia contenida, que expresaba también rabia, unas gotas de odio, y finalmente, mucha, mucha compasión… de otra forma, era imposible, la relación con hazme no reír.
El latiguillo “no me hagas reír” pasó de ser eso a un imperativo. No toleraba un gesto, una  mueca, que denotara alegría, posible risa o carcajada.
Un día harto de todo ello le dije: “Te voy a matar, cretino”. Me respondió: “No me hagas reír”.
Esa fue la última vez que se oyó la expresión de hazme no reír. Nadie le volvió a ver, ni supo de su maldita existencia.

martes, 28 de agosto de 2012

Sandías y melones




En aquel entonces no se decía eso de que había que comer tantas y cuantas piezas de fruta cada día para tener una alimentación equilibrada y tal y cual; comíamos la fruta que había en cada temporada, sin más. A lo mejor, si uno enfermaba le daban un plátano como algo extraordinario, pero tenía que estar bien enfermo. Pero vamos, lo habitual era pasar el invierno sin comer fruta; salvo algún melón tardío de los que se conservaban entre paja y duraban incluso hasta Navidad, o un puñadito de higos secos, quien los tenía, o algunas uvas pasas de los racimos de la parra que se colgaban en cañas atadas a los palos del techo de la cocina.

El tiempo de la fruta era el verano y, a parte de los extraordinarios albaricoques y los melocotones pueblanos, lo más degustado eran las sandías y los melones, que estaban bien ricos. Los hortelanos vendían sandías y melones de regadío y de secano, que uno no se explica cómo podía salir esa fruta tan aguanosa de un secarral. El caso es que había unas sandías y unos melones buenísimos, de un olor, un sabor y una carne superiores. De alguna de las mejores piezas de aquella fruta se seleccionaban las pepitas y se ponían extendidas sobre un papel para que se secaran al sol y sirvieran como semillas para el siguiente año; y también se secaban las pipas de los melones con un poco de sal para comerlas, igual que se hacía con las pipas de calabaza o de girasol.

Desde las primeras sandías y melones tempranos hasta los más tardíos había una larga temporada, así que lo mismo se cortaba una sandía y salía dulce como el arrope, en su punto de maduración, con la carne bien hecha; que salía alguna que otra acolchada, en leche, blanquecina, pasada o un melón asolanado, con durezas de algún golpe o con sabor a pepino. Y se comían igual, salvo que fuera muy grave la cosa y entonces terminaban convirtiéndose en comida para gallinas y cerdos; de la misma forma que las mondas, que decíamos cáscaras, de esta fruta eran un exquisito manjar para los animales. Que hasta la abuela cuando se comía su raja de zandía se iba rápido al corral diciendo: voy a echar estas cáscaras a las gallinas a ver si se refrescan un poco las pobres que están asfisiaítas.

 De un día para otro empezaba la temporada al grito en la calle de: ¡buenas sandíaas y meloneees...!, y vaya si eran buenos. Salían las mujeres al reclamo de los gritos, miraban el serón lleno de fruta e iniciaban un particular regateo con el vendedor: que si la quiero para hoy pero me la tienes que dejar a tanto, que si esa no me la des que tiene una mancha o está abollá, que la que me vendiste ayer la faltaba un día para madurar, que pésamela bien que esa romana se fara mucho, que me hagas la cata que no me fío...

 Y luego ya iban para su casa con el melón o la sandía recostada en la cadera, de la misma forma que asían los cántaros cuando iban por agua, y dejaban la fruta en la cueva para que se enfriara o en el cubo del pozo, que bajaban después con la soga hasta que rozaba el agua. Así refrigerada, la fruta llegaba fresquita a la mesa para su particular rito de corte y reparto: el padre era el encargado de partir  la sandía por la mitad y procedía a dar su primera opinión sobre la misma, la madre cogía una de las mitades y la cortaba en rajas la primera siempre para el padre, la segunda para la abuela, las siguientes para los hijos y el culito lo reservaba para ella. Luego se comía la sandía a bocaos, que a los chicos se nos quedaba la cara con churretes y la ropa manchada de lamparones, y algunas veces, las menos, nos dejaban salir a la calle con la raja de sandía en la mano y allí nos la comíamos, doblando un poco el cuerpo hacia delante para no mancharnos y jugando a escupir las pepitas lo más lejos posible. Y algún amigo nos veía y se acercaba para decirnos con voz lastimera: dame un mordisquito anda... no seas así..., un mordisquito ná más, que te vas a implar, anda...

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