Vista parcial de la ría de Avilés y del Centro Niemeyer
El primer recuerdo que tengo de Avilés de hace casi
cincuenta años es el de una ciudad gris, sucia y maloliente. Los abuelos, tíos
y tías, primas y otra familia tenían algo que ver con ella, con sus altos
hornos y la siderurgia, aunque Vicente, el abuelo materno, había sido
ferroviario. El poblado de LLaranes, con sus casas y edificios uniformes,
residencia de los currantes de Ensidesa. El paseo de la Estación donde vivían
los abuelos en una casa que miraba hacia la ría. La plaza del Carbayu donde
tenían sus reales las tías alegres y gordas Amelia y María Rosa. La
prolongación del Quirinal de los tíos Román y Pili, en pleno campo. La playa de
Salinas, Xagó, San Juan de Nieva, las salidas a pescar con los tíos Jesús y
Lola en el 850. La negra ría de Avilés, el carbón, el humo, la niebla, la
lluvia, el hollín, los vapores sulfurosos de las chimeneas humeantes, etc.
El crecimiento económico de los años 50 propició que la
ciudad se convirtiera en una amenaza para la salud, con emisiones y sustancias tóxicas
en suspensión en la atmósfera muy por encima de los valores máximos permitidos,
lo que la supuso en los 80 el triste honor de ser declarada la ciudad española más
contaminada por la situación insostenible de su atmósfera y el elevado número
de casos y enfermos de asma.
Hasta no sé cuando eso siguió siendo así, luego nuestros
familiares y seres queridos han ido desapareciendo, llegaron otras crisis llamadas
reconversiones, que se llevaron por delante esa forma de vida y trabajo, y
fueron quedando los restos, los posos, lo peor y lo mejor de cada sitio y casa,
que es lo que hoy tenemos. Hubo gente que se plantó y dijo que había que
cambiar, y así se hizo, y seguramente por eso, hoy Avilés es otra ciudad mejor,
más habitable y limpia, más respetuosa con el entorno e integrada en él.
Aquellas fachadas horripilantes de edificios sucios y negruzcos, han sido
restauradas y pintadas en vivos colores. Las calles y plazas adecentadas. La
parte vieja y casco antiguo recuperadas para la vida, el trato, la relación
social, la cultura… Aparentemente todo ha mejorado.
El punto de la ría por donde entraban y salían las
mercancías de la industria pesada hoy está ocupado por el modernista Centro
Niemeyer, compuesto por una gran plaza-explanada, un lugar abierto a todo el
mundo según el concepto del centenario arquitecto brasileño Niemeyer; un
auditorio con escenario también utilizable desde la plaza, que además dispone
de espacio para exposiciones pictóricas y fotográficas; la cúpula, otro espacio expositivo, con
funciones de museo; la torre-mirador ocupada por un restaurante con vistas
sobre la ría y la ciudad; y un edificio polivalente con salas de proyecciones,
reuniones, conferencias, tienda, etc.
El impacto
social y cultural a nivel internacional de este centro ha sido innegable por la
naturaleza de sus programaciones, personalidades del mundo del arte y las
ciencias comprometidas y la repercusión mediática. La educación, la cultura y la paz son
tres de los pilares de su razón de ser, y lugar cual imán, para atraer y compartir
conocimiento, creatividad y talento. Esperemos que así sea y que ningún
político casquivano lo impida.