Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

domingo, 2 de septiembre de 2012

¡ No me hagas reír !





La expresión se convirtió en algo habitual en su comunicación oral acompañando a cualquier contestación, enunciado, razonamiento, reflexión… que formulara con motivo de su relación con los demás. Todo le hacía apuntar la expresión: las cosas más insulsas y anodinas, los sentimientos de los demás, algún suceso o acontecimiento del momento, la actualidad política y económica, el trabajo, las vacaciones y diversiones… hasta con las cosas que daban risa, como un chiste, una jocosidad, una historieta con gracejo, con las que se desternillaba de la risa, el muy imbécil, al final, siempre decía: “No me hagas reír”. Ja¡¡
Él antes no era así, fue de buenas a primeras, y sin saber nadie el motivo, que se convirtió a esa especie de penitencia del hazme no reír, que al principio llamaba la atención por su severidad y constancia, luego por la locura que entrañaba, “este tío está más p’allá que p´acá” –pensaban algunos que le conocían de nuevas-, y acababa resultando cargante y hasta insoportable, motivo por el cual otros le huían evitando la relación.
Yo le seguí sufriendo, nunca le pregunté por los motivos del cambio que sobrellevaba, y él siendo consciente de ello, creo, se aprovechaba, y actuaba conmigo de forma más recalcitrante, para castigarme por ello, aún a sabiendas de que cada vez le quedaba menos gente alrededor que soportara esa infame forma de ser.
Así fueron pasando los días y las semanas, otras personas de otros ámbitos y ambientes que le conocían, y con las cuáles había existido una relación de confianza, de afecto, de colegueo, familiar, que se iba perdiendo, también coincidían en comentar el absurdo en el que se había convertido el sujeto.
Hazme no reír cada vez estaba más sólo y rechazado, perdió su ocupación, su mujer le dejó, los amigos le fueron dando la espalda hasta que no quedó ni uno. En el gesto de los tuvimos que seguirlo tratando, cada vez que se presentaba la ocasión, se dibujaba una mueca de tolerancia contenida, que expresaba también rabia, unas gotas de odio, y finalmente, mucha, mucha compasión… de otra forma, era imposible, la relación con hazme no reír.
El latiguillo “no me hagas reír” pasó de ser eso a un imperativo. No toleraba un gesto, una  mueca, que denotara alegría, posible risa o carcajada.
Un día harto de todo ello le dije: “Te voy a matar, cretino”. Me respondió: “No me hagas reír”.
Esa fue la última vez que se oyó la expresión de hazme no reír. Nadie le volvió a ver, ni supo de su maldita existencia.