Bebiendo a galga
Ha llegado el calor
Esta mañana temprano, entre dos luces, salí pitando hacia
Madrid en dirección al hospital de Majadahonda. El termómetro del coche marcaba
ya 24º C y la radio cantaba en el centro peninsular temperaturas que podían
llegar a los 38º C. La nacional V llevaba tráfico como todas las mañanas de un
día laboral, y a la altura de Móstoles, la primera retención, y hasta el
empalme con la M-50 circulación lenta, que más adelante, en los túneles del
Pardo, también había.
He llegado al hospital alrededor de las ocho, con tiempo, y
la sensación de menos gente de lo habitual. Es tan grande, tiene tantos pasillos,
dependencias, mostradores…, que cuando hay poco movimiento se nota. Hasta he
llegado a preguntar si había algún paro o huelga, porque he visto a un tío con una
trompetilla de esas que hacen ruido, y he pensado que la llevaba para dar la
murga en algún sitio. Pero no, el hospital que estos meses atrás ha estado
empapelado, movilizado y en lucha contra las privatizaciones sanitarias, hoy
sólo estaba de día de verano, en el que la afluencia de pacientes empieza
a ser menor.
La cafetería de la segunda planta estaba hasta arriba, mucha
bata blanca y verde del personal sanitario. El trámite al que he ido ha siso
rápido: entrega en farmacia del sobrante del tratamiento fallido contra el VHC
y petición de cita, que en un papelito, me han dado para el día 22 de este mes.
Mucha suerte la mía obtener cita en tan solo dos semanas. Sea por las veces que
me tiro hasta tres meses o más.
Desando el camino hasta la nacional V, luego dirección
Madrid hasta la M-40 y salida en el Hospital 12 de octubre. Este es de los
viejos y se nota en la construcción y los equipamientos, pero dicen que es de
los mejores de la capital y con un personal de alta cualificación. Por la zona
de Madrid donde se ubica atiende a una población muy alta, y así se nota por el
ajetreo que hay. Allí tengo a un familiar reponiéndose a duras penas de una
agresiva operación de digestivo, y aprovecho para hacer una visita, mala hora
pues las auxiliares están en pleno zafarrancho de aseos y limpiezas. Espero un
rato y luego me voy.
Cuando salgo del hospital a eso del mediodía hace ya un
calor sofocante y el Sol pega de lo lindo. Cojo el coche y vuelta a casa. Por
el camino me entra soñarrera, peligro inminente, me paro, estiro las piernas,
tomo algo de líquido, y parece que se va. Más adelante otra vez, así que por
experiencia, busco una sombra y doy una cabezada de diez minutos. Asunto
arreglado, riesgo superado.
De comida dieta líquida y ligera: gazpacho fresquito, crema de
calabacín -de los primeros del huerto-, arroz tres delicias y melocotón en almíbar.
De la tarde mejor ni hablar. Es conveniente no salir, estar bajo cobijo, y protegido
de esta inclemencia que amenaza ser más fuerte este fin de semana.
Esperemos que esta noche refresque algo y corra la brisa, y
así poder descansar. La acumulación de noches sin un buen descanso, hace mella y
te pone, aparte del cansancio, de mala leche. Muy apropiada para los tiempos
que vivimos.