Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

miércoles, 9 de julio de 2014

Empezando a apuntar




El primero en llegar con chaleco fosforito me preguntó que cómo me encontraba. Bien, le dije.  Bastante aturdido aún pregunte qué había pasado. No se preocupe, me contestó, ya vienen de camino las asistencias. Al poco rato apareció un picoleto con gorra de plato, chaleco y ese pifanillo de luz fluorescente amarillenta. Me fusiló en el acto: a qué velocidad iba, llevaba el cinturón, me espetó. Nada de cómo está, le duele algo, no que va… Hijo de la gran puta¡¡¡ y con las mismas se fue.
Estaba encajonado en el asiento, apenas me podía mover, me dolía el pecho y empezaba a notar el frio de la madrugada. A duras penas recogí los enseres a mí alrededor. Las gafas que salieron volando, el móvil, apagué la radio, quité el contacto. De la parte delantera salía humo. El airbag me dijeron luego. El ambiente del habitáculo estaba espeso y picante,  también del gas que expulsa el sistema de protección.
Llegó una ambulancia que se situó delante. Había uno de atestados sacando fotos, la Benemérita volvía a la escena, pero sólo a tomar nota. Luego los bomberos, los putos amos del asunto. Pusieron a cada uno en su sitio y con destreza y rapidez me sacaron del vehículo en una operación limpia. De ahí a la camilla, a la ambulancia y al hospital.
Había vuelto a nacer. Escapé otra vez con vida de esos sucesos que nos ocurren, que no avisan y de los que inexplicablemente salimos indemnes o casi. En esta ocasión todo fue tan rápido, que no hubo tiempo para repasar mentalmente nada, como dicen algunos en similares trances que ocurre: toda tu vida se concentra en segundos y pasa en un fogonazo por tu imaginación.
No, ahora no. Me agarré con todas mis fuerzas al volante y noté como del impacto, el motor caía al suelo y el vehículo se arrastraba un trecho largo, hasta que quedó detenido en la mediana. Silencio, asfixia, dolor y rabia. Que había pasado. Alguien que me precedía se despistó, se salió de la vía, volvió a entrar, choco con la mediana y quedó atravesado. Me lo llevé por delante. No vi nada, ni luces, ni destellos, solo un bulto atravesado cuando estaba a pocos metros de él, y ya no era posible sortearle.
Todos me hablan de la buena suerte que he tenido. Cierto. Que me olvide de los daños, que lo importante es poderlo contar. Son una serie de sartas y latiguillos que se dicen en ocasiones de este tipo. Está bien, si, pero no te puedes olvidar de la imagen del instante fatídico. Se te aparece en el momento más insospechado, se repite machaconamente, te hace encogerte en sueños, y ahí está la muy condenada y estúpida. Persiguiéndote como una bicha mala.
Han pasado los días y sigues recuperándote lentamente del shock, de las lesiones físicas, algunas de las cuales no tienen remedio, ya que han venido a agudizar otras óseas que ya había. Vuelves a intentar encajar tu vida y actividad en la rutina habitual, y poco a poco lo vas consiguiendo. No sin dificultad y malos ratos.
Piensas. Estás hecho ya un carcamal. Lleno de achaques y goteras. Te vas encorvando como los viejetes, sólo te falta la boina y la garrota. Tengo que irme de aquí, llevo tentando la suerte mucho tiempo, y hasta ahora ha salido bien, pero ya toca cambio de tercio y de aires. Vamos a intentarlo.
La segunda parte de esta historia está por escribir, tiene que ser feliz y placentera, y ya ha empezado a apuntar.