Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

miércoles, 16 de agosto de 2017

Comida de hospital





Probablemente este sea un asunto de los mas vituperados entre pacientes y familiares, usuarios de la sanidad, que pasan periodos hospitalizados y son alimentados durante su estancia, por los propios centros o por empresas externas -cada vez con más frecuencia-, contratadas para tal menester. Seguramente hay opiniones para todos los gustos sobre la calidad y cantidad de esta pitanza. Mi experiencia y opinión sobre el particular, en los periodos que he estado ingresado, ha sido al principio de condescendencia y aceptación, y últimamente, crítica y beligerante, según he ido descubriendo el engaño que rodea el asunto.

En pocos años hemos pasado de la suave y ligera panga, desaparecida afortunadamente de los menús, por la polémica sobre su origen, crianza, alimentación y contaminación, a esas pescadillas-merluzas congeladas que te sirven en rodajas, mal hervidas, presentadas sin sabor e imposibles de comer, ya que más parece estás masticando estropajo que pescado. Sospecho que estos menús-dietas son diseñados y gestionados por conspicuos nutricionistas y ejecutados por cocineros, en general, faltos de recursos, con productos de calidad media-baja, y que carecen de imaginación en su elaboración. Es un suponer.

Desde la perspectiva de un humano no perteneciente al selecto y desarrollado mundo occidental, lo que aquí afirmo y argumento, seguramente es una sarta de imbecilidades y fruslerías, comparadas con los problemas reales que esas sociedades tienen para el acceso a derechos y servicios fundamentales de los que carecen: agua potable, vivienda, alimentación, y más aún a la sanidad, la educación, el trabajo...

Volviendo al tema de la alimentación en los hospitales y otros centros asistenciales, supongo que existe una variada gama de menús para atender las particularidades y necesidades de cada tipo de paciente, desde aquellos que precisan dietas específicas y limitadas en función de su estado y dolencia; pasando por las intermedias, con restricciones de algunos elementos (potasio, sal...); a las normales, cocinadas con poca grasa, sal y presencia abundante de verduras.

Sorprende que en algunas de esas dietas, cuando no son de obligada prescripción, y se permite al paciente su elección, figure la posibilidad de preferir mantequilla, bollería, o por poner un caso sangrante, ese invento suizo llamado San Jacobo, que con queso, jamón de york, y un espeso y aceitoso rebozo, quiere parecerse a nuestros monumentales e inigualables cachopos. Los socorridos caldos de ave, solos y escurridos, o con presencia de arroz, pasta o verduras, no tienen por qué ser agua caliente con color, ya que no es tan difícil aportarles algo de alegría y sabor, con una pizca de hierbas aromáticas, ajo, azafrán u otras especies y condimentos. Lo vuelvo a decir, lo que falta es imaginación en esas cocinas y catering.

Se puede hacer una larga lista de horrores culinarios. Otro ejemplo, que solo de leerlo produce escalofríos, pollo hervido sin piel. Te presentan un muslo y contra de esta guisa, así tal cual, cuando deshuesarlo y suministrar exclusivamente la carne magra con una ligera salsa, mejora notablemente el plato, haciéndolo más apetecible.
En materia de pescado impera el llamado fogonero o carbonero, de carne y textura parecida al bacalao, tiene un pase, pero depende mucho de la preparación. Se tiran el pegote llamándolo fogonero a la bilbaína, pero queda en eso y nada más, o rebozado a la romana.

En un hospital una dieta baja en potasio significa que te privan de numerosos alimentos habituales en nuestra alimentación diaria, entre otras, las legumbres, muchas verduras, algunas frutas, las papas, los frutos secos, y un largo etcétera. Si además a ello le unes las otras restricciones que ya tienes por tu estado de inmunodepresión, estás literalmente en pelotas.

Nunca me he quejado de la alimentación hospitalaria. He hecho de tripas corazón y he achantado con lo que tocaba, pero en el último ingreso y la vuelta a la tortura de la dieta baja en potasio, he estado inapetente durante unos días y comiendo poco. Sin quererlo me lo han puesto como vulgarmente se dice a huevo.

- Qué tal come? -me pregunta la médica de turno.

Respondo que regular, que llevo unos días ingiriendo poco alimento.

- Es que no me extraña, la comida del hospital deja bastante que desear, me dice.

No me deja responder y prosigue proponiendo que me traiga de casa la comida que me guste. Le contesto que eso es difícil, porque resido a mas de cien kilómetros del hospital. Me sugiere entonces que la encargue a algún establecimiento próximo, pero que coma lo que me apetece y guste.

Me quedo a cuadros con la proposición que supone a mi entender un reto y provocación, pero que no deja de ser curiosa, cuando además procede de un profesional sanitario. La noche de ese mismo día, y aprovechando que cerca del hospital hay lugares de compra accesibles, la inicio. En lugar del caldo caliente escurrido, me tomo un vaso de gazpacho, que me sabe a gloria, y que comparativamente es como tomarte un vaso de agua caliente y un chute de minerales y vitaminas. Como a todo le tengo que poner peros, desde el primer sorbo, noto que va cargado en exceso de pepino, lo que se nota enseguida porque repite en demasía. Leo luego las leyendas de componentes y valores nutricionales del tetrabrik. Está fabricado en Murcia, cuna de las conservas vegetales, como si en otros lugares de nuestro solar, no se hicieran conservas tan buenas o mejores que allí. 95 % de verduras frescas (tomate, pepino, pimiento, ajo y cebolla); aceite de oliva virgen extra, vinagre de Jerez, pimentón, sal... Para tratarse de un simple gazpacho, se han pasado cuarenta pueblos, catalogándolo como producto "gran gourmet", miserias de la mercadotecnia.

La segunda indisciplina de la cena la cometo con los 30 gramos de pan en forma de bollo diminuto que te surten. Lo relleno de abundante mortadela de Bolonia. No voy a entrar en su origen, denominación, etiquetado, porque el conjunto de la bandeja de la tal mortadela loncheada, es un dechado de fraudes y mentiras, a cual más gorda.
Me he saltado las normas, pero no tengo el más mínimo resentimiento, al día siguiente la analítica cantará si hay algo mas alterado de lo habitual, cosa que no va a suceder, sino todo lo contrario.

Prueba de que el sistema sanitario en estos temas está fuera de lugar e infiltrado de intereses económicos, que prevalecen por encima de la salud y bienestar de los pacientes, es que en muchos hospitales se permite la instalación y venta a través de maquinas auto expendedoras, de toda una batería de snacks cargados de grasas hidrogenadas y bebidas azucaradas nada saludables.  Todo vale.

sábado, 17 de junio de 2017

Eran tiempos

La "Cirila", hacía el trayecto entre San Benito y el Bº Nuevo, en La Laguna (Tenerife)

Los años de la niñez fueron tiempos convulsos, plagados de echos dramáticos, magnicidios, muertes... eso es al menos lo que ha quedado registrado en los anales de la Historia. Para un cándido y despreocupado infante esto no tuvo ninguna relevancia ni se entendía, porque además en el lugar de residencia, esos ecos llegaban -por lo general-, apagados y distorsionados, un espacio insular de esos ahora llamados periféricos.
Fueron tiempos de guerra fría, de enfrentamiento y crisis armamentística entre las dos grandes potencias mundiales del momento, de tu madre subiendo la escalera diciendo nerviosa que habían matado al presidente (J.F. Kennedy). Tiempos en los que otros asesinatos, los de MalcomX o Martín Lutero King, no tuvieron la misma resonancia. De la muerte de Juan XXIII, el papa bueno. De la ignominiosa guerra de Vietnam, del primer trasplante de corazón a cargo del doctor Ch. Barnard o de la llegada retrasmitida por TV del primer hombre a La Luna.
Eran tiempos en los que estos hechos llegaban a ti por los comentarios familiares o por las revistas del momento que encontrabas en tu casa, especialmente la americana Life, con imágenes impactantes que han quedado impresas en tu retina y cuya edición en español tenía un marcado tinte ideológico anticomunista y de idealización del estilo de vida americano.
En tu mundo cercano fueron tiempos de huelgas de los trabajadores de las guaguas, aquellos transportes públicos de madera, montados sobre chasis y motores extranjeros, que articulaban y comunicaban el territorio de cada isla. En los días álgidos de la lucha -fuertemente reprimida y perseguida-, la visión de guaguas quemadas o con motores inutilizados por la adicción de azúcar o agua a los depósitos de combustible y así los huelguistas impedían el trabajo de los esquiroles.
Eran tiempos en los que por las mañanas se podían oír los zumbidos y ronroneos de los motores de camiones que trasportaban todo tipo de mercancías del puerto al norte de la isla. El tráfico pesado, desviado por las obras de la autopista principal que unía la capital con el aeropuerto, ascendía por la antigua carretera general, giraba a la izquierda en la Cruz de Piedra hasta la glorieta del Padre Anchieta, y de allí enfilaba a los municipios norteños de la isla. Llegaste a desarrollar tal destreza auditiva, que sin mirar, sólo por el ruido que emitían, lograbas diferenciar entre las diferentes marcas de vehículos que había, inglesas, alemanas...
Fueron tiempos de instituto público en el más antiguo de las islas, un viejo convento agustino de mediados del siglo XIX, con un patio interior frondoso, donde ya tus hermanos habían dejado un buen rastro académico que pesaba sobre ti como una losa, pues no te gustaba estudiar y el aprendizaje era lento y tedioso. Lo tuyo era estar permanente en las musarañas y en la calle. Tiempos de enfrentamientos incomprensibles entre bandas de pibes de distintos barrios, que dirimían sus supuestas diferencias a palos y pedradas. De partidos de fútbol en campos polvorientos imaginarios acotados por piedras. De los primeros cigarros mentolados fumados a hurtadillas en los tubos de las cunetas de la vía palmerada de acceso principal a la muy noble y leal ciudad. De las matinés abarrotadas de pibes los domingos por la tarde en el cine Dácil. De los juegos al escondite en el barrio, en las noches calmas y calurosas. De las llamadas a timbres de casas y carreras.
Fueron tiempos de tardes entre anaqueles plagados de libros y revistas de la biblioteca universitaria, que te dejaban fisgonear y hojear, y que a buen seguro despertaron una imaginación aún mayor de la que tenías. De patines de ruedas sobre las losetas destartaladas de una plaza, en su tiempo mayor, que recuerdas poblada por centenarios laureles. De las tormentas y trombas de agua, que anegaban calles, y corrían con violencia y fuerza por desniveles, barrancos, avenidas y carreteras, arrastrando a su paso todo lo que encontraban. De otras tardes acompañando a tu madre en su labor de profesional sanitaria por los núcleos míseros y atrasados de El Rosario, donde a cambio del servicio podía recibir, en el mejor de los casos, productos de la huerta: papas, cebollas, ajos, algunas frutas. Del sentido y significado del término "tener fuerza en la vista" y "mal de ojo", una enfermedad cultural muy arraigada en comunidades rurales.
De los días lluvioso en los que un simple trozo de palo o madera, una leve astilla, cual embarcación, surcaba las aguas que se acumulaban y corrían en los bordes de las calles, y avanzaba buscando los puntos más bajos, que normalmente concluían en tu casa, a la que llegabas chorreando agua. Fueron tiempos felices, inocentes, despreocupados, que de buenas a primeras cambiaron bruscamente cuando te anunciaron que te ibas lejos de allí, a pasar una temporada, a otras tierras, a una capital castellana del norte. Asumiste la orden porque no te quedaba más remedio, y no fuiste consciente de su gravedad y envergadura hasta que empezaste a experimentar el brutal cambio en carne propia. La separación familiar, ese mundo nuevo que no conocías, el cambio de hábitos y rutinas, el sometimiento a una férrea disciplina, hicieron mella rápidamente y dejaron una huella que marcó tu futuro, te hizo más fuerte y resistente.



domingo, 26 de marzo de 2017

26 de febrero, domingo


 Medición de azúcar en sangre.

El fin de semana ha pasado sin pena ni gloria. Anodino. Las visitas de la médica de guardia, el trajín del personal sanitario y auxiliar, y poco más. No ha habido menú especial por ser día feriado, ni celebraciones, ni algarabías. Los paseos, cada vez más largos, por estos pasillos interminables que en estos días están desiertos, han sido frecuentes y con la mascarilla amarrada al hocico cada vez que salgo de la habitación. Es una de las instrucciones y norma de protección en los próximos meses. En el hospital siempre con máscara, y fuera de él, evitar ambientes contaminados, muy concurridos o en los que puedan existir focos de polución.

La mama vuelve por la tarde noche y me cuenta los quehaceres. No ha parado. Ha traído a sus vástagos una empanada y un rollo de carme asada. Me relamo. No paso hambre, pero la dieta hospitalaria es justa, y más ahora que es baja en potasio. Ya no puedo elegir menú como estos días atrás. Ahora tengo que tragar con lo que viene de la cocina siempre marcado en letra mayúscula BAJA EN POTASIO. Otro de los problemas a raíz del tratamiento de corticoides e inmunodepresores ha siso el azúcar. Nunca lo había tenido, ahora está disparatado y me tienen que pinchar insulina cada dos por tres. Espero que esto se corrija y normalice, de lo contario vaya coñazo.

viernes, 24 de marzo de 2017

24 de febrero, viernes




Este fin de semana han acordado que Marga, mi fiel y paciente acompañante de estos días. Mi cuidadora permanente, pendiente de los detalles, quien me asea por las mañanas, me tapa cuando me desarropo, me auxilia cuando lo necesito, desconecte y se vaya de descanso.

En su lugar quedan mis hijos Mauro y Marcos, un día cada uno, que comparten gustosos esta tarea, y suplen a su madre.  Me gusta este detalle y aunque los dos viven y laboran en Madrid, sus ocupaciones no les permiten estar más tiempo conmigo de lo que desearían. Es importante y valoro en estos momentos la cercanía de los míos.

Es algo que yo no supe hacer con mis mayores, tachón que no me perdonaré jamás. Ellos afortunadamente en este sentido están hechos de otra pasta, lo que valoro y les agradezco.

miércoles, 22 de marzo de 2017

23 de febrero, jueves



 Juancar y Milans del Boch, bocata en ristre y colegas de toda la vida.

Todo ha ido bien en la semana. Tal es la mejoría que me dicen que si sigo así se plantean darme el alta hospitalaria en una semana. Recibo la noticia con mezcla de incredulidad e ilusión. Me parece imposible, me hablaron de un mínimo de treinta días de estancia. Aunque la situación es tremendamente monótona y aburrida, no me importa permanecer aquí el tiempo que se precise.

Rememoro con mi sobrino que ha venido a verme la efeméride del día de hoy. Me pregunta qué estaba haciendo y dónde me encontraba ese día del año 1981. Le cuento. Ese día tenía Facultad por la tarde. Una vez en clase nos dijeron que se suspendía la docencia y nos desalojaron. No recuerdo cómo fue el regreso a casa desde la Complutense, pero sí las horas posteriores al golpe, la noche y la madrugada. Y la espera interminable de lo inmediato que no llegó: redadas, detenciones y un calvario de penurias.

También de la multitudinaria manifestación una vez fracasada la intentona. Todo el mundo se echó a la calle: Atocha, Paseo del Prado, Neptuno, Cibeles... eran un hervidero de gente y un clamor contra la asonada y en favor de la democracia. No recuerdo manifestación tan masiva en el período de engaño llamado Transición.

Es preciso recordar, ubicar los sucesos y acontecimientos en su momento histórico, evitar las manipulaciones y tergiversaciones que permanentemente tratan de reinterpretar lo sucedido en aquellas jornadas, y sobre todo, buscar los orígenes, causas, y evitar que se reproduzcan.

lunes, 20 de marzo de 2017

20 febrero, lunes




El equipo médico pasa temprano. Tras las presentaciones y preguntas de rigor:

- Qué tal está, cómo se encuentra, le duele algo...?

Me sueltan la píldora endulzada:

- Le vamos a suministrar tres bolos de corticoides para atajar el principio de rechazo que presenta. En la eco todo es correcto, no se observa anomalía, pero es necesario rebajar los niveles de transaminasas. No le haremos biopsia.

En las horas siguientes y a través de la vía principal que tengo instalada en la vena yugular, cual racimo de pendientes, empiezan a meterme droga dura que me pone en órbita, en estado hiperactivo. Conozco la sensación, es el mismo fármaco que me daban en la época de la quimio. Todo sea por la causa de evitar problemas y posible rechazo.

Hoy se cumple el décimo día de hospitalización. A pesar del revés aparecido, propio en un proceso que tiene altibajos, me dicen que no hay que preocuparse, que es casi normal que esto ocurra. Eso dicho por el gran jefe cirujano burgalés, que aprendió la técnica de los trasplantes allá por los años 80´del siglo pasado, practicando con cerdos de granja, me tranquiliza. Glup!!

Es el mismo cirujano que a mitad de la intervención y cumplido su turno de actuación, salió de madrugada a informar a la familia de cómo había ido la extracción  e implante, y decir que se iba a descansar un rato, por si le necesitan y tenía que volver. Me cae bien este hombre que se mantiene en un segundo plano. Observa y deja hacer al equipo que le acompaña.

Todos los días me auscultan pecho y espalda en búsqueda de ese ruido pulmonar. Cada vez hay menos y el dolor remite.

sábado, 18 de marzo de 2017

19 de febrero, domingo


He descansado algo mejor. Los domingos son días de visitas y baja actividad hospitalaria. Estos detalles -para el que está ingresado-, son de poca importancia ya que tenemos los mismos horarios; el día transcurre con igual lentitud y ese cansineo a cámara lenta puede acabar con los nervios más templados. Vuelve la doctora a decirme que me bajan para hacerme una resonancia hepática.

Ya es la segunda que me realizan. Lo que tenía que haber sido un trámite de media hora, se convierte en algo interminable. El ecógrafo con el que tienen que hacer la prueba no conecta con mi historial. Las tres operadoras que lo tienen que hacer temo no tienen la experiencia adecuada en el manejo del aparato. No se ponen de acuerdo, dudan... Asisto a la escena impasible, pero me llevan los demonios por dentro. La que parece lleva la voz cantante, una joven médica cubana, toma la iniciativa. Yo estoy ahí, pero me ignoran, como si no existiera. Este hospital, aparte de universitario, se ve que tiene mucho también de internacional. Me embadurnan el abdomen con ese gel frío que les ayuda a hurgar con la cámara, obtener las imágenes y captar los sonidos de válvulas y arterias con esos ecos de profundidad marina. A las primeras de cambio me percato de la poca destreza y brusquedad en el manejo.

- Respire hondo, aguante, no respire..., -así una y otra vez.

A la jodida se le olvida decirme que respire, y esos segundos sin fuelle se hacen interminables. Después de una veintena de inspiraciones sincopadas, estoy más cansado que una liebre en carrera delante de una jauría de perros. Creo que el ecógrafo se solidariza conmigo ya que no para de emitir sonidos extraños, agudos, quejas y protestas. A estas pruebas ya les tengo cogido el tranquillo, y soy experto en el sonido de máquinas y motores, fundamental para su mantenimiento y eficacia. A este paso ni la más sofisticada tecnología aguanta el envite.

Vuelvo a la habitación espantado. Eso por ser domingo.

18 febrero, sábado


Se cumple una semana del ingreso y trasplante. Las noches precedentes han sido difíciles. Desvelo, temores y escaso descanso. La doctora búlgara de guardia este fin de semana, me regaña. Tengo que dormir, y si no lo hago, la recuperación será peor. Me prescribe un ansiolítico para el sueño. Me alerta que han detectado una elevación de los niveles de transaminasas, que indican que algo en el nuevo hígado no va bien y que eso significa un cuadro de rechazo. Me anuncia que el lunes me hacen una biopsia. Tiemblo al oír esta práctica que me retrotrae diez años atrás a las que me hicieron de ganglios y médula. Horror me da especialmente esta última con la punción ósea y absorción de médula a través de la cual la realizan.

viernes, 17 de marzo de 2017

16 de febrero, jueves



Después de una noche mala, en la que escasamente he pegado el ojo una hora, muy temprano comienza el zafarrancho hospitalario. He orinado poco, estoy reteniendo líquidos y las extremidades presentan hinchazón. Extracción de sangre, toma de tensión y nivel de oxigenación, aseo, inmunodepresores, desayuno, nueva toma de fármacos. A pesar del cansancio decidimos que hay que moverse y me atrevo a dar el primer paseo corto por el pasillo de la planta.

Me rilan las piernas, así que cualquier precaución es poca. Arrastro los pies. Soy incapaz de doblar las rodillas.

jueves, 16 de marzo de 2017

15 de febrero, miércoles


Me dan el alta a planta. En estos días transcurridos he ido conociendo algunos detalles del injerto, he puesto cara al equipo que intervino en el trasplante. He podido preguntar y resolver dudas. Me siento protegido y muy arropado. Me dicen que mi aspecto, color de piel y otros detalles externos han cambiado para mejor. Que ha desaparecido ese color mortecino que tenía y he recuperado el brillo de los ojos. Que mi hígado estaba muy deteriorado, hinchado por la fibrosis y cirrótico. Con una cicatriz marcada de cuando cauterizaron el hepatocarcinoma y a punto de colapsar. Que el nuevo injerto procede de un varón y que su implante se ha visto favorecido por la similitud de tamaño y coincidencia de calibres de venas y arterias. Y que una vez conectado, entró en funcionamiento rápidamente en su labor filtrante y de generación de energía vital.

Me duele algo el pecho. Un dolor punzante que unas veces se refleja en el costado izquierdo, y otras, en la espalda. Ese dolor casi permanente se mitiga bastante con los chutes de analgésicos cada ocho horas, pero ahí está.  Limita mi capacidad respiratoria, y sobre todo, por la noche, genera una sensación de ahogo chunga, de falta de aire, que te impide conciliar el sueño. Me dicen que es un derrame pleural, derivado de la intervención y de la manipulación de las entrañas. Que pasará. A pesar de ello y para no arriesgar vuelven a realizarme multitud de pruebas, que descartan la existencia de otros problemas.

Paso todo el día tranquilo en la habitación, parte tumbado en la cama y el resto sentado en la butaca. Aunque no noto la cicatriz, si actúo con precaución. Me han rajado el abdomen, de lado a lado, y ahora es una cremallera de sesenta y cinco grapas, a la que he puesto el nombre de la Zapatista, en honor al cirujano que la cosió, oriundo del otro lado del charco, al que pregunte si sabía cuántas me había puesto.

- Unas treinta, -me contestó.
- Entonces no es solo obra suya, -le dije.
- Ah! sí, al otro lado había un colega haciendo lo mismo, -confirmó.

Me siento cansado y muy débil.

miércoles, 15 de marzo de 2017

11 de febrero, sábado

 Leonard Cohen.


Alguien me despierta. Poco a poco vuelvo a la consciencia. Estoy lleno de tubos y vías. Aún bajo los efectos de la sedación. Me dicen que son las once y media de la mañana, que todo ha ido bien y que pasaré unos días en la unidad donde estoy ahora. Que pronto mis familiares pasarán a verme. No siento nada, no me duele nada. Sólo quiero beber agua, mucha agua, estoy sediento, pero beber no va a ser posible de momento y hasta que transcurran unas horas.

Por fin veo a los míos, en la hora de la visita van pasando a oleadas. Estoy contento, me gusta. Hay quien me besa en los labios y me abraza, no sabe que no debe hacerlo. Tengo la voz ronca, las palabras me salen de la profundidad de la caverna. Me recuerda la cadencia y tono del fallecido Leonard Cohen. Todos ríen del comentario. Yo también, estoy vivo.

lunes, 13 de marzo de 2017

10 de febrero, viernes

 Hospital Universitario Puerta de Hierro. Majadahonda (Madrid).

Otro día de mucha faena. Empiezo pronto, la mañana discurre rápida, y como casi siempre, atiendo lo urgente e inmediato, aplazo lo menos perentorio para otro momento, casi siempre para los próximos días, y el resto, lo registro, quedando para cuando se pueda, que normalmente es nunca, porque carece de relevancia.

La hora de la comida llega rápido. La misma rutina de todos los días, los mismos tiempos, los mismos comensales. Nos hemos quedado solos y el abuelo, que acude puntualmente a la cita y ritual. Hoy tenemos arroz tres delicias y calamares a la romana. En quince minutos todo está despachado y cada mochuelo vuelve a su olivo.

Me voy a la habitación a intentar conciliar un sueñecito y siesta reparadora. En eso estoy cuando suena el teléfono, número largo que empieza por 630... Sé quien me llama: ellos también tienen sus horarios y procedimientos, y esta es la cuarta vez en trece meses y va a ser la definitiva. Lo presiento.

- Diga.
- Juan, qué tal estás?
- Bien -el corazón me late a cien-.
- Soy María, del equipo de trasplantes, tienes que venir urgentemente, hay un órgano disponible de tus características.
- De acuerdo, voy para allá. En algo más de una hora estoy ahí -contesto-.

Subidón de adrenalina. Salto de la cama como un resorte. Voy al salón:

- Vámonos, que han vuelto a llamar.

Quince minutos más tarde ya estamos en ruta dirección a la periferia de Madrid, autovía de Extremadura ahora llamada del Oeste, M50 y fin en Majadahonda, a ese hospital que parece una ciudad en pequeño, del que dicen que Florentino Pérez obtuvo por la venta de sus derechos de explotación 44 M€ limpios de polvo y paja, y dónde desde hace cuatro años llevan mi historial clínico y me han salvado la vida, a punto de un si no es.

A eso de las cinco de la tarde ya estoy fichado en urgencias e identificado con esas pulseras que serán compañeras de viaje los días de hospitalización. Me informan que el equipo de trasplantes ha ido a ver y extraer el órgano del donante cadáver, y que en función de su estado, decidirán. Los grupo sanguíneos de donante y receptor coinciden, condición indispensable.

Ahora toca pasar a la fase de los preparativos y esperar. Pruebas previas de estado. Rasurado, desinfección externa y lavativa purgante para expulsar todo lo que llevo dentro. Han pasado ya tres horas y todavía no sé nada. Estoy tranquilo y seguro de que esta no se me escapa como las anteriores. Soy el más antiguo de mi grupo de trasplante, y el tiempo inicial de espera indicado, se ha sobrepasado con creces. Rápido salgo de dudas, la coordinadora de trasplantes, una gallega que se las sabe todas, curtida en estas lides, que contesta a tus preguntas con otra pregunta y que no suelta mas prendas que las necesarias, aparece nuevamente en escena para espetarme:

- Nos vamos al quirófano.

Ya es noche cerrada. La camilla llega pronto a la zona de quirófanos, donde todo acontece de forma rápida. Una mantita térmica para protegerme de la gélida estancia, unas palabras de ánimo y el anuncio de que me voy a dormir enseguida. Una mascarilla, adormecimiento y desconexión.


domingo, 12 de marzo de 2017

JUANITO RECUPERATE

 En el estanque del Parque del Retiro de Madrid

Estos tres muchachos de la foto, hijos de una gran compañera de trabajo, me visitaron una tarde en compañía de sus padres, durante la hospitalización. Me regalaron un cuaderno negro con páginas rayadas horizontalmente, para que escribiera. Rotularon con letras adhesivas de orla dorada la tapa exterior con el texto "Juanito recupérate". Un obsequio y gesto que les agradecí, y que tendré tiempo de recompensarles. Son pequeños, no sé si plenamente conscientes del significado de su acción, pero el convencimiento y desenvoltura de ejecución de la entrega me conmovió y llegó al corazón.

Y eso es lo que he hecho: escribir. No todo lo que hubiera querido, pero si he ido registrando aquellos pensamientos que han surgido en el nuevo y estrenado estado de trasplantado -una nueva vida me dicen-, y también aquellas observaciones y chascarrillos inevitables, que surgen con el paso de los días en la disciplina y rutina hospitalaria.

En próximos y sucesivos días iré colgando en este abandonado blog la "producción" manuscrita y recuerdos de 28 días de invierno, con inicio el 10 de febrero y final feliz el mismo día de marzo, esos días largamente esperados, y que durante más de un año me han tenido en vilo y tensión permanente las 24 horas del día, ojo avizor al teléfono y aviso, y con los movimientos limitados en un radio de acción de doscientos kilómetros y máximo dos horas de desplazamiento hasta el hospital. La espera ha merecido la pena, el objetivo cumplido. Paso página a otro suceso desagradable en mi salud. En los últimos 10 años ha habido unos cuantos episodios aciagos, que afortunadamente he ido superando. Soy un sobreviviente nato, lucho y me agarro a cualquier opción vital, por muy pequeña que sea y no tiro nunca la toalla: Hasta el rabo todo es toro. Así soy yo, cansino, constante, contumaz, pesado...

"Juanito recupérate" se lo dedico al trío infantil, a sus padres, a mi Morgui, a mis queridos hijos Mauro y Marcos, a la familia de Madrid que me ha acompañado, a la familia lejana que en paralelo están sufriendo también una enfermedad letal y destructiva, a los amigos que se han acercado a dar ánimos y a los de allá que han estado pendientes, a los compañeros y compañeras que se han interesado por mi estado. Se lo dedico a la vida y no digo más.