Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

lunes, 13 de marzo de 2017

10 de febrero, viernes

 Hospital Universitario Puerta de Hierro. Majadahonda (Madrid).

Otro día de mucha faena. Empiezo pronto, la mañana discurre rápida, y como casi siempre, atiendo lo urgente e inmediato, aplazo lo menos perentorio para otro momento, casi siempre para los próximos días, y el resto, lo registro, quedando para cuando se pueda, que normalmente es nunca, porque carece de relevancia.

La hora de la comida llega rápido. La misma rutina de todos los días, los mismos tiempos, los mismos comensales. Nos hemos quedado solos y el abuelo, que acude puntualmente a la cita y ritual. Hoy tenemos arroz tres delicias y calamares a la romana. En quince minutos todo está despachado y cada mochuelo vuelve a su olivo.

Me voy a la habitación a intentar conciliar un sueñecito y siesta reparadora. En eso estoy cuando suena el teléfono, número largo que empieza por 630... Sé quien me llama: ellos también tienen sus horarios y procedimientos, y esta es la cuarta vez en trece meses y va a ser la definitiva. Lo presiento.

- Diga.
- Juan, qué tal estás?
- Bien -el corazón me late a cien-.
- Soy María, del equipo de trasplantes, tienes que venir urgentemente, hay un órgano disponible de tus características.
- De acuerdo, voy para allá. En algo más de una hora estoy ahí -contesto-.

Subidón de adrenalina. Salto de la cama como un resorte. Voy al salón:

- Vámonos, que han vuelto a llamar.

Quince minutos más tarde ya estamos en ruta dirección a la periferia de Madrid, autovía de Extremadura ahora llamada del Oeste, M50 y fin en Majadahonda, a ese hospital que parece una ciudad en pequeño, del que dicen que Florentino Pérez obtuvo por la venta de sus derechos de explotación 44 M€ limpios de polvo y paja, y dónde desde hace cuatro años llevan mi historial clínico y me han salvado la vida, a punto de un si no es.

A eso de las cinco de la tarde ya estoy fichado en urgencias e identificado con esas pulseras que serán compañeras de viaje los días de hospitalización. Me informan que el equipo de trasplantes ha ido a ver y extraer el órgano del donante cadáver, y que en función de su estado, decidirán. Los grupo sanguíneos de donante y receptor coinciden, condición indispensable.

Ahora toca pasar a la fase de los preparativos y esperar. Pruebas previas de estado. Rasurado, desinfección externa y lavativa purgante para expulsar todo lo que llevo dentro. Han pasado ya tres horas y todavía no sé nada. Estoy tranquilo y seguro de que esta no se me escapa como las anteriores. Soy el más antiguo de mi grupo de trasplante, y el tiempo inicial de espera indicado, se ha sobrepasado con creces. Rápido salgo de dudas, la coordinadora de trasplantes, una gallega que se las sabe todas, curtida en estas lides, que contesta a tus preguntas con otra pregunta y que no suelta mas prendas que las necesarias, aparece nuevamente en escena para espetarme:

- Nos vamos al quirófano.

Ya es noche cerrada. La camilla llega pronto a la zona de quirófanos, donde todo acontece de forma rápida. Una mantita térmica para protegerme de la gélida estancia, unas palabras de ánimo y el anuncio de que me voy a dormir enseguida. Una mascarilla, adormecimiento y desconexión.