Me gusta la
capital. Parece mentira que haga esta afirmación, cuando treinta y cinco años atrás, puse tierra
y mar de por medio. Durante mucho tiempo no quise saber nada del foro, y ahora
por circunstancias de la vida, vuelvo a andar por ella, y vuelvo a cogerle ese
gustillo que me entró por los huesos la primera vez, en otoño del año 1971. Aquel
año, el que huía no era yo, aunque de alguna forma sí, ya que forzado, acompañaba
a mi padre, que también había salido en estampida del lugar donde vivíamos.
Cuando más
de tres décadas atrás deserté, emulando los pasos de mi padre que antes lo había
hecho, la máxima que seguíamos era el repudio a la ciudad que nos daba cobijo,
pero donde ya no se podía vivir, por su maltrato y asfixia. Había que recuperar
las raíces, volver al campo. Esa era la teoría, la pura entelequia que muchos
emprendidos en aquellos años, y en la que hubo distintas suertes. Muchos
quedaron en el empeño, otros fracasaron, y los que como yo aguantamos estoicos renunciando
a un modo de vida, ahora miramos atrás nostálgicos, con una mezcla de equívoco
y falsa reafirmación.
Las calles
de esta gran urbe están llenas de vida, de actividad, de ajetreo continuo.
Siempre que vuelvo sorprende esta vitalidad, que a pocos kilómetros, nos más de
cien, algo más allá del extrarradio no existe, se extinguió, o más bien nunca
fue porque no se necesitó.
En la
perspectiva del paso de los años, las diferencias que siempre hubo entre la
urbe y el campo, cada vez son mayores y brutales. Cien años han pasado del camino
polvoriento, que salvando la vaguada del Guadarrama, conducía a Navalcarnero y
era transitado por diligencias, que relataba Arturo Barea en su trilogía. Hoy
esa ruta, antes camino de bestias, es una riada continua, noche y día, de
vehículos, una arteria que mantiene, junto a otras, el pulso de la metrópoli.
Hoy, la
mañana de Madrid lucía fría y luminosa, vista desde las afueras, desde la
llamada sarcásticamente la Moraleja del Sur, se mostraba hundida en un manto
espeso de contaminación, ese que en años secos y con temperaturas por encima de
lo normal, se mantiene permanente durante semanas y va tornándose con el paso
de los días en una amenazadora nube gris dañina.